Ella dijo algo, no sé muy bien qué, pero ella mencionó algo.
Entre tantas líneas y entre tanto ruido, ella soltó algunas palabras que nunca
llegué a entender, pronunció algún murmullo y luego continuó con la charada que
jugábamos esa noche y que yo nunca llegué a entender. Yo estaba tan perdido en
mi discurso, haciendo malabares con las palabras y con las citas de autores
desconocidos, mientras ella jugaba a adivinarme el pensamiento y se adelantaba
a mí, lo suficiente como para mencionar unas palabras lejanas que nunca alcancé a escuchar, que quedaron flotando entre
nosotros, listas para que cualquier buen cazador las atrapara, aunque a mí se
me escapaban entre los dedos.
Ella calló algo que quería gritar, y yo nunca tuve palabras
para rellenar nuestro silencio, ni para tentar a su lengua o ablandar su
corazón. Y al final de la noche más larga de ese año, nadie mencionó las
palabras escondidas bajo los argumentos, ni buscamos en la sombra del otro el
final de todos los silencios.