Será verdad eso
que dicen: que somos inconformes por naturaleza. Que siempre sentimos
que podemos estar mejor. O que lo hemos estado. O en todo caso, que lo
estaremos.
Que yo cerré la
puerta con dos candados pero a veces miro por la mirilla. Que puse dos
cerrojos porque el tercero es el definitivo. El que da miedo. El de "sin
retorno". Y bueno, ya sabes, por si acaso, que es de eso de lo que llenamos la vida.
Aún no he dudado
de si ponerle el tercero, pero a veces, si llega un día lluvioso, me provoca quitarle los otros dos y poner un pie afuera, a ver qué pasa, que
quizás allí no llueva. Pero siempre me quedo dentro, no vaya a ser que
regrese empapado y más debilitado por el frío. Ya ves, otra vez el "por
si acaso". Y yo, que soy quien más los odia, pero también quien más los
usa. Que siempre lleno las maletas de ellos y no dejo lugar para lo
importante, lo real.
Pero,
¿qué es lo real?
¿vive en mí o vive fuera, y
yo intento acoplarme?
Que todo eso de
"dejarse llevar" es algo que me sé mejor que mi propio nombre. Hasta que
dejé que me atasen un pie al suelo y ahora ya no puedo volar. O quizá
no quiero. O quizá sea miedo. O de nuevo, otro "por si acaso". Porque
esa llave que abre la cadena de mi pie, la tengo guardada en el lado
izquierdo de mi camisa. Justo ahí, donde el corazón.
¿Es mejor vivir
en un mundo equilibrado donde la emoción se ha quedado un poco atrás o
flotar en el aire, donde reside en cada poro de mi piel? Mientras
tanto, volveré a mirar por la mirilla, por si acaso, esta vez, decido
sacar la llave que abre esa puerta. Y mis cadenas, claro.