Andaba sentado mientras
se escuchaba el desfile de los grillos alrededor de aquel lugar. Yo me iba
desarenando, desagregando, mis manos se disolvían ante mi atónita mirada.
Quería gritar, escapar, pero era un poco tarde para cambiar todo eso. Me estaba
convirtiendo en migajas de mí y las primeras hormigas curiosas ya habían dado
con mi paradero. Mientras ellas marcaban el camino y se llevaban los primeros
trozos. Yo pude verla a lo lejos.
Era indescifrable su verdadera imagen, pero no importaba en esta instancia. Mi fe
movió infinidades de constelaciones, tapó los hoyos negros, logró expandir y
juntar el universo, volver a encaminar nuestra creación y sin embargo ella
sigue tan lejana a mí.
Quizás no se comprenda
bien. Era jueves ese día en que la conocí. Tenía grillitos en la garganta
que ocultaban el verdadero sonido de su voz. Era inevitable nuestro encuentro,
era inevitable porque la busqué, le hablé, le sonreí y fui capturando como
una hormiga cada trocito de ella que iba cediendo al hablar, cada expresión,
tiempo, sonrisas, querer...
Era inevitable y era jueves ese día. Yo andaba con una guitarra o
jugando a
acariciar sus delgadas cuerdas, repetía las canciones en coplas más
pequeñas,
melodías más cortas, buscaba comprimir sonidos, dejar los caminos entre
las
cuerdas de este instrumento. Encontró esos caminos, entre
mis cuerdas, entre mis dedos. Tenía zapatillas azules con adornos del
mismo
color, sus piernas se recorrían con gusto, su vientre tenía un reposo, sus pechos los fui escalando, en su cuello me deje resbalar y en sus
labios fui
armando un refugio con sabanas de tus parpados. Descubrí sus sueños, me
encanté
con ellos, descubrí sus miedos y me espanté también con ellos. Es cierto
no
está, ni remotamente, tan cercana a mí. El invierno queda en el camino,
yo me
desmorono, me desagrego y sigo sin poder lograr volver a capturar lo que
nos
unió en otros tiempos.
Y
tú qué sabes de mí? De los viejos faroles, de las calles altas, de las ventanas
abiertas esperando el viento que ya ha pasado por los abandonos de las azoteas.
Qué sabes de mí? Sabes que a esta altura no he aprendido a volar, a esta
distancia no te puedo alcanzar? Acaso has visto las lucecitas que escapan de
los edificios sin temor a la neblina. Me ves que estoy en medio de
la calle caminando solo, después de haberte dejado casi todo en el cuarto
contiguo.
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