Desde que nos mudamos a esta vieja casa,
adquirí el hábito de levantarme de madrugada a orinar. Antes de entrar al baño,
miraba hacia una silla que, al parecer, todos habían olvidado quitar de ese
oscuro rincón.
Una noche decidí que era tiempo de moverla. Me acerqué con
determinación y, al sujetarla, un par de
brazos me tomaron por sorpresa, vi una sonrisa sin rostro, escuché una fuerte
carcajada y, sin pensarlo ni desearlo, me senté.
Nunca nadie volvió a verme.
Mi
familia, destrozada, abandonó la casa.
He estado aquí sentado desde hace 30
años...
esperando a que alguien venga y se atreva a mover la silla.
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