martes, 4 de julio de 2017

G...

El aire era extraño, como en todos los sueños,  uno no se da cuenta que el cielo no es realmente de ese color hasta que despierta. Íbamos tú, yo y algunos accesorios más. Tú con la mirada vaga, tímida y lejana, como cuando te conocí; yo liderando el paso, era el centro del universo en mi sueño, como siempre hubiera querido ser. Íbamos hacia un parque o una plaza del lado pobre de la ciudad, o quizás de provincia, estaba rodeada por casas sucias y avejentabas, algunos niños corrían entre los árboles, las paredes estaban pintadas con una G, una T y una A, algunas descascaradas mostraban el adobe que rellenaba sus entrañas.

Jugamos un rato, reímos, contamos los mismos chistes de siempre, me gustaba hacerte reír, entonces encontramos ese artefacto antiguo, como desechado de alguna casona caraqueña venida a menos, un ventilador de techo oxidado y roído, le faltaba un aspa y tenía el centro hueco. Yo trate de generar más risas metiendo mi cabeza en su corazón, los accesorios reían y tu decías “estás loquito!”, entonces giré simulando ser un ventilador para ti, el polvo viejo del aparato se metía en mi nariz y ojos haciendo mis movimientos más torpes, entonces sentí un golpe seco y aún mareado me detuve y me desnudé la cabeza. Lo primero que vi fue a los accesorios con la cara seria, te busqué por un rato y no te encontré. Por algún árbol del parque o plaza te vi correr, con las manos en el rostro y tu cabello suelto al viento, corrí pidiéndote disculpas, pero tú no querías escuchar. Me esquivabas y te adelantabas a mis movimientos, yo te perseguía mientras tu sombra escapa en las paredes del parque, -G-, sólo fue un juego, estaba bromeando, -T-, todo lo hice por ti, para hacerte reír, -A-, no podría hacerte daño, no podría.

Entonces poco a poco te fui alcanzando, tomaste una ruta diferente hacia unas escalares y un niño que jugaba con un gato te estorbó el paso, te detuviste para arrancharle la mascota y pude llegar a tu espalda; "por favor, escúchame, lo siento tanto". Volteaste con el rostro ensangrentado y yo soltaba un diluvio de excusas, mentiras, disculpas y justificaciones, entre tu llanto te escuche decir;
 

“déjame en paz, el daño ya está hecho”.

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