Es una noche gris, igual que ayer. El
viento sopla y vuela la sonrisa de la gente, algunos pisan descuidadamente los
charcos sin detenerse a contemplar el saldo de la lluvia. Pasan sin mirarse,
esquivándose mutuamente, vestidos con abrigo o con atuendos de invierno.
Tengo el cuerpo helado pero no siento frío. Hace mucho que no siento el sol ni sus rayos dorados, me parece que ya nadie se interesa en los cambios ni en la añoranza a las épocas de verano.
Un hombre compra café caliente en el puesto de comida rápida. Extrañamente, no recuerdo el olor de ese líquido oscuro, dulce y amargo. Su sabor no vibra, curiosamente, en mi lengua ni en mi garganta, raramente, seca.
En la esquina un hombre observa ansioso la intersección de las calles apoyándose en el semáforo. Ese tipo tiene mi ropa y mi figura, es un ladrón de imagen, grito pero nadie me escucha, nadie me atiende. Ese hombre soy yo porque busca con los ojos lo que yo estoy esperando, él mira de reojo a la gente que cruza, los muchachos reunidos en esa esquina bromeando. Desentendido, distraído, descubre la hora del reloj (mi reloj), se le ha hecho tarde y se aleja sin cautela, ajeno al destino ambulante, ajeno al tiempo y a los accidentes.
Me duele el cuerpo, pero no identifico de dónde proviene este dolor, imagino que de muy adentro. Quiero volver a mi casa, necesito llegar a mi casa, estoy algo mareado. Subo las escaleras y cuando consigo abrir la puerta, me encuentro con un escenario desconocido, tan vacío y sordo como el Universo; mi hogar es un retrato viejo y amarillento. Qué mierda pasa? Pregunto, si yo soy fuego y soy agua, yo respiro de la tierra y siembro recuerdos en el aire. Qué mierda sucede? Es que me confundo. Ella... Quien no llegó a nuestra cita en la esquina me ha cerrado la puerta, indiferente a mi presencia intangible, no sabe que la he abierto yo. "Levanta el alma del suelo que ella ya no te ve" me digo.
Mejor vuelvo a la esquina y la
esperaré, como acordamos, sintiéndome vivo aunque ya esté muerto.
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