El año pasado, específicamente en julio, estaba de visita en casa de mis padres en Margarita, revisando unos cajones que hace años no abría, encontré una libreta de mis tiempos del colegio, llena de dibujos bizarros, garabatos retorcidos, poemas dramáticos, y letras varias que incluían una larga lista de deseos y decretos escritos para mi YO del futuro;
“Dentro de 15 años debes tener
un garage lleno de convertibles color negro, si no, mejor mátate Luis”, decía uno.
“Si para cuando tengas 30 no eres
una consagrada estrella del Rock y no escribiste la mejor canción de
toda la historia, tírate de algún puente”, decía otro.
Ya estaba
deprimido, muchachos, de ver tantos deseos sin cumplir, cuando en una de
las páginas y debajo de un cursi, pero genial, poema escrito para la niña
que me gustaba en ese momento y de la que, sin embargo, no fui nunca siquiera amigo, pues
era de otro salón (ni lo leyó nunca) vi una nota escrita con letras pequeñísimas
que decía:
“Si no logras nada de lo que aquí está escrito, esta bien, no
importa...”
- ¡Genial! - pensé de inmediato, alegre de estar libre de
la condena. -
“pero te advierto, grandísimo pajúo, que si además de no
haber hecho nada de la lista, no has encontrado al amor de tu vida,
puedes matarte y además irte para el mismísimo coño”.
Entonces...
pues... amigos...
¿Alguien sabe dónde queda el coño?
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