martes, 28 de enero de 2020

...Para salvarse

Sonaban fuertes sus pasos sobre las escaleras. Quería mostrar seguridad. Él lo había decidido: se iba. Se alejaba de toda aquella oscuridad, de esa vida que no había elegido y en la que había terminado ahogado por intentar hacer feliz a todos los que le rodeaban, sin pensar un segundo en sí mismo. Pero la situación le superaba. “¿Cómo puedo vivir una vida vacía sin saber lo que son las sonrisas que salen del alma?”.  Y al fin, con casi 50 años, escapó. No se sentía mal, pues se lo había anunciado muchas veces su mujer. Ella había diseñado un plan de vida para los dos, en el que él nunca había encajado.

Sólo se llevó su guitarra (esa que se había llenado de polvo por no utilizarla para no molestar a su mujer) y los ahorros de su cuenta personal, que no eran muchos, pero sí los suficientes como para atreverse a dejar la puerta de casa a sus espaldas.  
 
Justo lo necesario para ser feliz.

Vivió días muy intensos, viajando por los lugares que una vez, de joven, había anotado en una lista, esa que había quedado igual de vacía que al principio. Vagó varios meses, tocando su guitarra en callejones y durmiendo en posadas, incluso a veces en esquinas, sintiendo ese fuerte cosquilleo en el estómago al no saber que le depararía ese día.

Y en un pasaje cualquiera, del cual no recuerda ni el nombre, conoció a una chica que compartía su misma afición. Era de tez morena y ojos de un verde tan penetrante que llenaban con sólo verlos... Pasó con ella las dos mejores noches de su vida. Supo en ese breve instante que ella era la mujer que tanto había esperado. Pero decidieron seguir su camino por separado, aceptando que si su destino era estar juntos, volverían a reencontrarse en otro pasaje cualquiera, de un país por conocer..

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