La única bendición era su mano levantada para parar el taxi.
Sus ojos de nicotina, la expresión extraña de lo que no dura.
Monsieur, llévela al balcón... no hay autoridad a la que respetar.
Quizá un álbum de familia, una dinastía desconocida, un símbolo, un cliché.
Pero no.
El calor totémico quema.
Una súplica de frío es inútil.
Alguna fantasía náutica es lejana.
El balcón, es todo lo que tenía.
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