lunes, 29 de septiembre de 2025

Limbo?

 


Hay días en los que uno se siente perdido. Como si todo el mundo tuviera un mapa menos tú. Días en los que la soledad pesa más que nunca y sientes que, por mucho que busques, no encuentras tu lugar.

Y está bien... Porque la vida no viene con instrucciones, y nadie lo tiene todo claro siempre. Sentirse perdido también forma parte del camino.

Debes darte cuenta que, incluso en los peores días, cuando parece que todo se derrumba, tener fe en que las cosas mejorarán hace la diferencia. Que aunque ahora todo parezca gris, un día, sin darte cuenta, todo cobrará sentido.

Así que si hoy te sientes solo o perdido, recuerda esto: no es el final de la historia... es sólo un capítulo más. 

Y los mejores capítulos… 
aún están por escribirse

La mesa...


 
Hay momentos en los que uno se siente exactamente como el personaje de una película dramática o romántica, sentado en una mesa… solo, mirando al vacío, con una cerveza enfrente, y preguntándose en qué momento todo empezó a sentirse tan distante.

Tus amigos hacen su vida, el mundo no se detiene, todos avanzan… y tú solo estás ahí. En pausa. Esperando algo que no sabes si llegará...

No es tristeza exactamente, es más bien esa mezcla de soledad, cansancio y confusión que aparece cuando tus planes no salen como esperabas, cuando el amor tarda, y cuando el “cuándo me pasará a mí” se convierte en una pregunta diaria.

Y aun así, te quedas. Porque en el fondo, aunque te sientas estancado, sabes que algún día, esa mesa vacía dejará de estarlo. Y mientras tanto, solo respiras… y sigues.

jueves, 25 de septiembre de 2025

Tienes arte?

 

A veces, no existe otro modo de expresar lo que sentimos que a través del ARTE.

Y no me refiero a expresárselo a los demás, sino a nosotros mismos.

Como aquel pintor que necesita un lienzo que, como reflejo, pueda confesarle qué es aquello que está sintiendo y que sólo encuentra su forma de expresión a través de un dibujo. O el músico que necesita poner sonido a sus pensamientos para entenderlos mejor a partir de melodías. O aquel que sale a correr en busca de una reflexión en medio de su fatiga. O el que consigue, por ejemplo, comprenderse a sí mismo mediante la actividad que mejor sabe realizar. Y es que el arte, en estos casos, no es el medio que se utiliza, sino el resultado que se produce. Aquello que nos hace sentir al usarlo.

Porque arte, es conseguir sentir a través de algo donde nosotros hemos puesto la voluntad. La voluntad de crear un sentimiento, emoción o reflexión. Y ese medio tanto puede ser una pandereta, un folio o una pelota. Porque aquí no depende del qué, sino del cómo y del para qué.

No son más arte estas líneas que yo estoy escribiendo con la intención de transmitirte algo que la retórica que tú puedas utilizar con tus mejores amigos para hacerles sentir mejor en sus peores momentos. Porque arte es la capacidad que hay en cada uno de nosotros para destacar en algo. Una habilidad que se sitúe por encima de las demás, que consiga desbancarlas por la capacidad que ésta tiene de sorprender a unos y generar rechazo en otros. Por la capacidad que tiene de levantar las comisuras de los labios ajenos o, sin embargo, de humedecer los ojos de un público emocionado.

Arte es el potencial que se esconde en la mejor de tus habilidades. Arte es crear, distinguirte, provocar. Porque el arte, es un medio de comunicación: ya sea contigo mismo, ya sea con los demás. Por eso, el arte no puede ser pasivo. El arte debe provocar algo. Y todos, absolutamente todos, tenemos arte para algo.

La cuestión es: tenemos tiempo?
O, mejor: le dedicamos tiempo?

Dedica un tiempo de tu vida a descubrir cuál es tu arte. Empieza investigándote, conociéndote, poniéndote a prueba. Y, si aun así, todavía no has identificado cuál es, pregunta a aquellos que te quieren, aquellos que sabrán identificar rápidamente la mejor de tus facetas, la mejor de tus virtudes. Y, cuando la tengas localizada, continúa trabajándola, sácale partido, dale potencia. Conviértela en tu marca personal. En tu aliada, tu recurso en los mejores y peores momentos, tu vía de escape o tu pozo de placer. Pero, sobre todo, conviértela en el canal de comunicación más importante: el que te comunica contigo mismo, el que te lleva hasta ti.

Siéntete y escúchate a través de él. Sé consciente de lo que tu cuerpo y mente te están pidiendo a cada momento. Hazte caso, no te ignores. Los sentidos en tu cuerpo existen, precisamente, para eso mismo: para que sientas. Y lo que percibes a través de tus sentidos, aquello que ves, oyes, hueles o saboreas, es lo que provoca que tú te emociones.

Sin embargo, y lo sabes porque lo has vivido, hay emociones que requieren de una reflexión. Hay emociones tan complejas, tan difíciles o tan intensas de sentir que nuestro cuerpo sólo es capaz de aceptarlas cuando las comprende. Es decir, después de haberlas entendido, después de haberlas reflexionado.

Te pondré un ejemplo: sin reflexión, sería como tratar de meter un elefante (emociones intensas) en la jaula (tu cuerpo, tu mente) de un pájaro (tú).

Imposible.
Si lo intentáramos, evidentemente la jaula se rompería.
Pues lo mismo podría suceder con nosotros.

Hay momentos en los que sentir tanto puede colapsarnos, dañarnos si no analizamos lo que sentimos. Necesitamos catarsis emocional, es decir, dejar fluir nuestras emociones y sentimientos como si de una cascada se tratase. Necesitamos tormentas en nuestra estabilidad para que, posteriormente, llegue la calma. Cuando estamos tristes, necesitamos llorar para transformar un poquito de ese sentimiento incorpóreo e invisible en algo físico y externo. Necesitamos hacerlo para que no se instaure la pena reprimida en el corazón.

Igual que una madre necesita sufrir para traer consigo una vida. Igual que un niño necesita correr el riesgo de caer para aprender a andar solo, sin ayudas. Del mismo modo, exactamente del mismo, tú necesitas sentir correr el riesgo de sentir para poder ser tú mismo. Aunque sentir y dejar paso a lo que realmente tu alma experimenta conlleve el riesgo de dejar fluir emociones que preferirías ser capaz de controlar.

Necesitas sentir para ser tú: para ser tú contigo y con los demás.

Pero, y lo más importante es que, de nada servirá que sientas, si no reflexionas acerca de ello. Y, esta reflexión, muchas veces, se consigue a través de lo mejor que sabes hacer.

Y es que uno reflexiona ante tareas que transmiten tranquilidad. Y nos comunicamos con lo que nos rodea de un modo saludable gracias a esas reflexiones. Gracias al tiempo que hemos invertido en comprender por qué somos como somos y por qué sentimos lo que sentimos. Y, a partir de este profundo entendimiento de lo que sucede en nuestro interior, somos capaces de establecer relaciones con nosotros y con los demás.

Encuentra tu arte, compréndete y, por último, provoca cambios a través de él.
Porque tu arte, será la puerta hacia lo mejor de ti.

¿Y tú... tienes arte?

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Kürbis-Küsse

Der Kalte Regen spielgelte sich in ihren orangefarben Augen. Während die Blätter den nächtlichen Frieden durchbrachen, als sie von den Bäumen fielen. Ihre süßen Kürbis-Küsse weckten mich, doch ich empfand Traurigkeit, nicht tot zu sein.

El frío de la lluvia se reflejaba en sus ojos dulces color naranja. Mientras las hojas rompían el silencio de la noche al caer de los árboles. Sus besos dulces de calabaza me hicieron despertar, pero sentí tristeza de no estar muerto

martes, 23 de septiembre de 2025

El balcón...

Los golpes en la puerta me despertaron a las 2 de la madrugada. Esperé unos segundos para estar seguro de que había oído bien. Sí, alguien estaba golpeando mi puerta. Me levanté y caminé despacio, pensando que quienquiera que fuese, había podido abrir la puerta del edificio y había subido hasta el último piso… ¿para qué? Mire por la pequeña rendija de la puerta y vi la del departamento de mis vecinas, justo enfrente, abierta y con la luz encendida. Escuché voces de mujer. Más bien gritos, y abrí la puerta.

Vivo en el quinto piso, el último, de un edificio viejo, sin elevador. Frente a mi puerta hay otro apartamento donde viven dos hermanas; dos mujeres alemanas que deben rondar las 8 décadas de vida. Después de dos años viviendo aquí, encontrándome con ellas cada dos o tres días en las escaleras o en el mercado del barrio, lo único que he conseguido es que a veces me respondan cuando digo Moin Moin(buenos días). No sé de qué dependa que a veces me respondan con una fingida sonrisa, a veces sólo muevan la cabeza y a veces simplemente pasen de largo como si yo no estuviera.  A eso se había limitado mi relación con mis dos únicas vecinas, hasta que un día escuché golpes a las 2 de la madrugada.

Abrí la puerta. Una de ellas, creo que la mayor, gritaba pidiendo ayuda y se asomaba por las escaleras, esperando que alguno de los vecinos de abajo se despertara y subiera. Con mi macarrónico alemán, le pregunté qué pasaba, aunque el miedo en su rostro evidenciaba que algo andaba muy mal. De todo lo que ella dijo le entendí tres palabras: hermana, hospital, ayúdeme.

Entré a su departamento y la fui hasta la habitación. La mujer estaba tirada en el suelo, boca arriba, en camisón, rígida como una tabla y con los ojos muy abiertos y la mirada perdida en el techo. Se había orinado encima, y preguntaba una y otra vez ¿dónde estoy?

Pusimos una pequeña almohada bajo su cabeza, volví corriendo a mi habitación por mi teléfono, marqué el número de emergencias y se lo tendí a la señora para que ella explicara qué había pasado. Supe entonces, al escucharla hablar por teléfono –y después de dos años de ser vecinos- que la mayor, la que hablaba por teléfono en ese momento, se llamaba Anna, y la menor –la que estaba tendida en el suelo, Sophia. Su apellido, creí escuchar, Müller.

La ambulancia llegó unos 15 minutos después, y durante ese tiempo no hubo mucho que pudiéramos hacer. Mi vecina no reconocía ni a su propia hermana –ni qué decir de mí-, su mirada seguía perdida y continuaba preguntando dónde estaba. Los paramédicos la subieron a la camilla mientras Anna les decía que dos semanas antes habían operado a su hermana por cuarta vez –aunque no estoy seguro si dijo algo del hígado o del rinón-. Sacaron a Sophia en camilla, aún con la mirada extraviada; su hermana sujetándole la mano.


Hace ya casi veinte días que se la llevaron. Sé que no han vuelto porque desde mi balcón puedo ver el suyo, y veo aún su ropa colgando desde ese día. 

Un par de prendas ya se han caído al suelo. El viento va a volarlas del balcón cualquier día.

domingo, 21 de septiembre de 2025

Perfectos extraños...


Sé que tienes mi distancia y que a veces mis palabras se pierden entre torpezas que la timidez puede propiciar. Me han dicho que a veces sientes que soy un ermitaño, algo extraño, de pocas expresiones. Que me ves ocupado, andando por todos lados, maldiciendo los trabajos o las horas que me quedo de más. Al parecer en este tiempo que no nos han dejado para conocernos, nos hemos ido conociendo mejor.

Es importante que sepas que, entre momentos, busco tu sonrisa desde mi escritorio y aunque no sepa de cuestiones extrovertidas he ido descubriendo donde tienes los lunares que reposan en tu rostro y otros tantos que van cayendo por tu cuello, las pecas que se esconde por tus hombros, el cabello que baila con el viento. Tu voz que en tono bajito me saluda y en tono de susurro te respondo.

¿Ves que nos vamos conociendo? No te detengas por mi poca voluntad o mi falta de osadía. Tiendo a habitar dentro de lo seguro y solo pasear por sus límites. Digamos que tampoco has hecho mucho tú. Esos saludos formales o comprometidos los dan muchos. Las horas pueden ser algo esquivas, así como nuestras miradas o palabras. Si bien suelo andar algo ido, no dejo de oír lo que tu risa expresa. La libertad de una mujer que disfruta de los momentos, el contagio cómplice que se confabula con los cercanos, el escape desafiante que se revela a la rutina.

Ya ves, es cuestión de tiempo, de robarle las ganas a la osadía, mientras tanto sigo escuchando de tanto en tanto tu risa que me saca de mi letargo, que me lleva a un respiro para aguantar más las horas en la oficina.  A veces en que las fuerzas me ganan y dirijo mi mirada hacia tu sitio, suelo encontrarte mirando por la ventana como quien busca algún auxilio o percatarme de los golpecitos que sueles hacer con las manos cuando te presionan con pendientes, pero luego vuelve el día a día y la cobardía que me lleva una vez más a mis propios pendientes.

Sé que es cuestión de tiempo. Un día me aburriré de la rutina, me cansaré de las distancias, no haré caso de lo que me dicen e iré de frente a tu sitio, sin pensarlo mucho, sin planear las palabras que dirija, tan solo robarte una sonrisa, capturar tu mirada y por qué no, si la osadía me domina decirte que desde algún tiempo, en esa esquina que puedes ver a la distancia, ando yo queriéndola, digo queriéndola querer invitar a compartirnos unos minutos de la vida.

miércoles, 17 de septiembre de 2025

El viejo

Cuando nació el tercer hijo de Doña Victoria lo bautizaron con un nombre que ya no recordaba, creció rápido para poder apoyar a papá en la parcela, sobrevivió hasta convertirse en el mayor de los hermanos y el último en irse a la capital. De su infancia solo recordaba las pocas horas que fue a la escuela, los domingos en la iglesia y las cosas que le enseñó papá. Su recuerdo más antiguo era de una misa, lo mandaron a callar de un golpe mientras el cura recitaba el Evangelio de Juan, y como lo que decía Juan era más importante que lo que pudiera decir cualquiera en el pueblo decidió llamarse así: Juan Casas, tercer hijo de Doña Victoria, el mayor de todos y el último en irse.

Papá se fue muy pronto, había enterrado dos niños y una niña pequeña, le dejó encargada la cosecha de ese año, cuánto debía cobrar y cuándo empezar con la siguiente. Le dijo que mamá se encargaría de sus hermanos, pero que tan pronto pudieran debían ayudarlo. Mamá se fue también, en su último día le dio más besos que en toda su vida, “aquí ya no hay nada para ti y tus hermanos” fue lo último que le dijo, así que en cuanto pudo envió a cada uno de ellos con su tío en la capital. Juan fue el último en partir, se había enamorado y tenía tres hijos creciendo en el cacerío.

Las cosas no iban bien, debía ir a la capital a buscar más dinero, primero unos días a la semana, luego unas semanas al mes, finalmente unos meses al año. La ciudad lo agobiaba pero ahí estaba el dinero, se podía trabajar de lo que sea: guardia en alguno de los barrios nacientes, albañil en las muchas construcciones nuevas o cargador de verduras en el gran mercado. Prefería esta última opción, le gustaba pensar que llevaba sobre su espalda las mismas papas que crecieron en su parcela, las que su mujer seguro había sembrado.
Regresaba de haber dejado dinero a su familia y lo llamaron para cuidar un nuevo barrio que crecía al otro lado del río, había sido zona agrícola le dijeron, todavía quedaban algunas parcelas productivas, por eso la llamaban “Ciudad y Campo”. Fue guardia, ayudó a construir muchas casas del barrio, y a trabajar la tierra en las parcelas que quedaban. Los de la cooperativa le regalaron un lote para que construyera algo suyo, pero tenía que estar ahí, sino se la adueñaba otro de los que estaban esperando. Ya no podía regresar a casa, esta ahora era su casa, su mujer tendría que entender.

Tenía facilidad para el trabajo, nunca rechazó una oferta, hacía de todo, y todo lo hacía bien... también enamorarse. La hija de unos vecinos era amable con él, se enamoraron, tuvieron 3 hijos, pero el trabajo lo llevaba por otros lados, cruzaba mucho el río, a veces despertaba cerca del mar, otras en algún cerro, y en cada trabajo tenía un amor, y en cada amor un hijo, y tenía tanta facilidad para conseguir trabajo.   
Los hijos crecían, y aunque no los veía a todos, se acordaba mucho de cada uno. La ciudad creció mientras el envejecía, los que le conseguían trabajo se fueron muriendo, su primera mujer ya había abandonado la parcela, estaba en la capital, pero no se habían vuelto a ver. Sus hijos lo visitaban, cada vez más mientras iba envejeciendo... sus mujeres no. Tuvo nietos, bisnietos y un tataranieto, la casa se llenaba de música en cada cumpleaños, su última compañera era feliz con él y con toda su descendencia, papá y mamá nunca hubieran imaginado hasta donde pudo llegar, tenía la mano llena de callos y le dolían las articulaciones, pero él siempre sonreía.  

Su última compañera falleció, y él la amaba como si en ella estuviera todo el amor que pudo dar, la casa quedó vacía, venía la gente, pero él no los veía, sabía que sus hermanos también se habían ido, que era el mayor, y que sería el último en irse. La última noche trataba de recordar su verdadero nombre, le gustaba la idea de que quizás alguno de sus hijos, nietos, bisnietos o quizás su tataranieto se llamaba como él sin saberlo. Al día siguiente sobraron hombros dispuestos a cargarlo, por fin iba a descansar, todos estaban presentes, nadie quería perderse la oportunidad de despedir al viejo, ese que fue de tantos, que amo demasiado y al que nunca le faltó una sonrisa para su tataranieto.

Satélites


Déjame decirte algo, el problema no soy yo, no eres tú. Es ese botón de autodestrucción que anda tan satélite en nuestras vidas. El problema es que o lo aprieto yo o lo aprietas tú o, quién sabe, lo aprieta aquella... aquel. 

Vuelvo a repetir, no somos el problema, el problema es lo que ves, lo que consumimos, es aquella película, aquella serie, aquella canción, aquella escena que se mueve como satélite, esperando el momento para eclipsar tu luz y, en la oscuridad, gatear hasta la habitación.

Ahora, seamos sinceros ni tú, ni yo, ni ella y quién sabe, si aquel, va a descubrir nada nuevo; como te dije, esto ya lo vimos antes, en un programa televisivo, mientras sonreíamos tomados de las manos, jurando y brindando por tu amor... mi amor.  

Está bien, lo admito, no voy a llenarme de excusas, ni te voy a dar los argumentos, pero alguien debió abrir esa cajita "pandoriana" que se guarda el primer día, debajo de la cama, cuyos demonios que escondemos inevitablemente vuelven a salir.

Me voy, pero... no digas que no te lo dije.

martes, 9 de septiembre de 2025

Ruido y lluvia...

Contradicción 4

Volver a esa isla

es sumergirme por completo
en todo el dolor
en todo el placer
al mismo tiempo

Nada me es indiferente allí
nada puede serme indiferente

Es demasiado el ruido
y al final acabo huyendo

Pero ahora que me encuentro con tus recuerdos,
en medio de todo el caos,
algo cambia

Tu mano me lleva por calles
que siempre me he negado a ver

Los cafés del centro
son un destino perfecto para nuestras fugas
e incluso la eterna travesía al otro lado de la isla
me sabe bien
si a mi lado viaja tu mirada

Sí, esta vez es distinto
me descubres parques y calles tranquilas
olvido por momentos el caos 
qie parece tan lejano
cuando me abrazas bajo la lluvia
cuando callas mi boca con tu boca

Y aunque sean solo unos días
tú haces que esa isla,
con toda su locura,
me sonría...
me parezca por instantes luminosa.

Tres finales...

Contradicción 3

Hace unos días te escribí un poema.


Me tomó casi una tarde,
un café y varias cervezas.

Era casi idéntico a lo que días antes
había ido pensando.

Me detuve en ciertas frases,
corregí poco,
cambié solo el cuarto verso.

Al leerlo completo,
sonreí en silencio,
porque el final era exacto...

y no lo era.


Cambié la última línea.
Ahora sí era lo que yo quería...

y no lo era.


Escribí un tercer final,
y lo mismo.

Tenía tres finales para un poema
que venía queriendo escribirte
desde hacía semanas,
y cada uno de ellos, de los finales,
cambiaba bastante el tono de todo el texto.

El primero, demasiado romántico,
el segundo, demasiado trágico,
el tercero, demasiado cínico.

Los tres finales eran tan ciertos,
pero no podía escribirlos todos.
Me tomé dos cervezas más
para convencerme de que no era posible juntarlos,
mezclarlos,
maquillarlos.

Y desistí.



Quizá, por esta vez,
esta nota al pie diga más
que el propio poema.

Tres finales,
los tres ciertos,
los tres yo,
los tres tuyos.

Un día... o tres...

Contradicción 2 

Ojalá vinieras un día.


O tres...

Un día de octubre,
un día de enero,
y un día de junio,

y vieras cómo cambian los colores de estas calles,
cómo cambia el aire y los árboles,
el olor de los parques y los ocasos de cuento.

Ojalá vinieras un día
y bebiéramos café en Innenstadt,
en Friedemann,
o en Lukas,
y te contara todo,
todo lo que no te dije en septiembre,
todo lo que aún no te he dicho,
y tú me dijeras, muy tranquila,
que no es malo el frío.

Ojalá un día vinieras
y habláramos hasta caer dormidos,
rodeados de esta calma que no puedo explicarte,
y entonces tú me dijeras, quizá,
que sí,
que estos colores,
esta calma y este aire
de verdad valen la pena.

O me dijeras, quizá,
que no,

que ni siquiera esto vale la pena.


Pero ojalá no vinieras,
ni en octubre,
ni en enero,
ni en junio...

...porque no sé qué pasaría.

Y sonrío...

Contradicción 1

He ido sabiendo...

a lo largo de estos años
que allá, del otro lado del mundo
has seguido con tu vida.

Lejos de esa caótica isla
que ambos hicimos nuestra
tú sigues sin dejarte vencer
sigues sonriéndole incluso a los árboles
esa isla que a mí me aplastaba
a ti en cambio te sostiene
te ilumina
y sigue dándote alas.

He sabido también
que has hecho todo lo que has querido
que te casaste
pero, lamentablemente (aunque no para mi), te divorciaste
que disfrutas tu trabajo
que tu familia está bien
que estás mejor de lo que se esperaba.

Sé también que tú preferirías no saber mucho,
si me casé
si tuve hijos
si regresé alguna vez a esa isla y no te lo dije.

Quizá prefieras imaginar
pero igual te lo digo:

De este lado del mundo
en esta ciudad
puedo, a ratos, callar el ruido
hay muchos árboles
hay inviernos fríos
y otoños bellísimos
disfruto mi trabajo
paseo, sonrío
a veces escribo
me pregunto
estoy tranquilo
amo

no he pisado un quirófano en años
mi familia está bien
he hecho casi todo lo que he querido
y a veces, incluso,
siento esos ramalazos de felicidad
de los que alguna vez hablamos hace tanto.

Como ves
las cosas marchan sin pretextos

y sin embargo
a veces me sorprendo sonriendo
pensando lo bien que le vendrías a mi vida ahora

lo bien que nos vendríamos otra vez.

Y sonrío.

domingo, 7 de septiembre de 2025

Tus besos...

Sabes algo? 

Besas muy mal...

    Lo siento, pero fueron muchos años esperando ese momento... para nada. No sé... quizás estabas nerviosa, o el alcohol te jugó una mala pasada. No estabas totalmente cómoda o relajada, aunque si muy dispuesta... Incluso cuando intentaste un beso "más íntimo"... se notó tu esfuerzo, pero sinceramente, no se sintió nada.

    Yo pensaba en ese momento, que te amaba y ambos sabemos que no era así... Luego la vida se encargó de demostrarme (nos) que era un error... mi corazón ya estaba en otro lugar.

    Igual guardo en un lugar muy especial de mi memoria lo que pasó, y estoy muy agradecido por la experiencia, esto sólo es un comentario random que no leerás...

lunes, 1 de septiembre de 2025

Lo siento...


 Lo siento... pero a mi no me atrapas con el desinterés, porque no tengo paciencia para los juegos mentales.

Te pones muy cortante? Te dejo de hablar.

Apareces y desapareces? No me vuelves a encontrar.

Te da "flojera" hablar conmigo? No vuelvo a tomar la iniciativa.

Cada día que yo pase estresado, preocupado, triste, sobrepensando y analizando cada uno de tus comportamientos. O que generes en mi duda o ansiedad, es tiempo perdido y yo tiempo para perder no tengo. 

Es que hay que entender que hay personas que si saben lo que valen, que entienden que si no hay lugar para ellas, simplemente no pueden estar. No se arriesgan a perder la dignidad por nadie, mucho menos por una persona que está jugando.