Es importante que sepas que, entre momentos, busco tu sonrisa desde mi escritorio y aunque no sepa de cuestiones extrovertidas he ido descubriendo donde tienes los lunares que reposan en tu rostro y otros tantos que van cayendo por tu cuello, las pecas que se esconde por tus hombros, el cabello que baila con el viento. Tu voz que en tono bajito me saluda y en tono de susurro te respondo.
¿Ves que nos vamos conociendo? No te detengas por mi poca voluntad o mi falta de osadía. Tiendo a habitar dentro de lo seguro y solo pasear por sus límites. Digamos que tampoco has hecho mucho tú. Esos saludos formales o comprometidos los dan muchos. Las horas pueden ser algo esquivas, así como nuestras miradas o palabras. Si bien suelo andar algo ido, no dejo de oír lo que tu risa expresa. La libertad de una mujer que disfruta de los momentos, el contagio cómplice que se confabula con los cercanos, el escape desafiante que se revela a la rutina.
Ya ves, es cuestión de tiempo, de robarle las ganas a la osadía, mientras tanto sigo escuchando de tanto en tanto tu risa que me saca de mi letargo, que me lleva a un respiro para aguantar más las horas en la oficina. A veces en que las fuerzas me ganan y dirijo mi mirada hacia tu sitio, suelo encontrarte mirando por la ventana como quien busca algún auxilio o percatarme de los golpecitos que sueles hacer con las manos cuando te presionan con pendientes, pero luego vuelve el día a día y la cobardía que me lleva una vez más a mis propios pendientes.
Sé que es cuestión de tiempo. Un día me aburriré de la rutina, me cansaré de las distancias, no haré caso de lo que me dicen e iré de frente a tu sitio, sin pensarlo mucho, sin planear las palabras que dirija, tan solo robarte una sonrisa, capturar tu mirada y por qué no, si la osadía me domina decirte que desde algún tiempo, en esa esquina que puedes ver a la distancia, ando yo queriéndola, digo queriéndola querer invitar a compartirnos unos minutos de la vida.

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