Andaba sentado mientras se escuchaba el desfile de los grillos alrededor de aquella madrugada. Yo me iba desarenando, desagregando, mis manos se disolvían ante mi atónita mirada. Quería gritar, escapar, pero era un poco tarde para cambiar todo eso. Me estaba convirtiendo en migajas de mí y las primeras hormigas curiosas ya habían dado con mi paradero. Mientras ellas marcaban el camino y se llevaban los primeros trozos. Yo pude verla a lo lejos. Ella tenía la sonrisa indescifrable, pero no importaba en esta instancia. Mi fe movió infinidades de constelaciones, tapó los hoyos negros, logró expandir y juntar el universo, volver a encaminar nuestra creación y sin embargo ella sigue tan lejana a mí.
Quizás no se comprenda bien. Era lunes ese día en que la conocí. Ella tenía grillitos en la garganta que ocultaban el verdadero sonido de su voz. Era inevitable nuestro encuentro, era inevitable porque yo la busqué, le hablé, le sonreí y fui capturando como una hormiga cada trocito que ella iba cediendo al hablar, cada expresión, tiempo, sonrisas, querer...
Era inevitable y era lunes ese día. Yo andaba con una vieja guitarra jugando a acariciar sus delgadas cuerdas, repetía las canciones en coplas más pequeñas, melodías más cortas, buscaba comprimir sonidos, dejar los caminos entre las cuerdas de este instrumento. Ella encontró esos caminos y bailo también, entre mis cuerdas, entre mis dedos. Tenía zapatillas azules, sus piernas se recorrían con gusto, su vientre tenía un reposo, sus pechos los fui escalando, en su cuello me deje resbalar y en sus labios fui armando mi carpa con sábanas de sus párpados. Descubrí sus sueños, me encanté con ellos, descubrí sus miedos y me espanté también con ello. Es cierto no está ni remotamente tan cercana a mí. La lluvia queda en el camino, yo me desmorono, me desagrego y sigo sin poder lograr volver a capturar lo que nos unió en aquel momento.
Es complicado alcanzarte si se están llevando migaja a migaja mi ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario