El sudor corre por los surcos callosos
y arrugados de sus manos casi centenarias... el ímpetu de años de trabajo y
esfuerzo... de amor y de olvido... de vida y, pronto, de muerte.
Todas las mañanas la diminuta anciana sale de su casa... camina un par de cuadras, con sus implementos, para limpiar esa pequeña plaza casi olvidada... nadie le paga, nadie le pidió hacerlo y a nadie le interesa... Pero por alguna razón esa se ha convertido en su tarea de amor, poco importan los dolores del cuerpo (y del alma), todas las noches se acuesta en su catre de soledad y silencio absoluto pidiéndole a Dios un día más... la oportunidad de volver a barrer las hojas muertas; cuidar las flores silvestres que nadie sembró, pero que ella riega con amor de madre; de limpiar el busto de un antíguo poeta, escritor o procer de la independencia ya olvidado; siempre ha querido pintar los bancos rotos, pero los dolores en los huesos no le permiten cargar con el bote de pintura, además si las sobras monetarias de algún hijo apenas alcanzan para lo poco que come, qué decir para comprar pintura... sin radio, sin televisión, sin voces que se preocupen... lo único que tiene es ese espacio... donde no corre el viento, donde no hay colores... donde se ha quedado a vivir la nostalgia...
Pero hoy algo cambió... ese ser gris, que nadie veía... simplemente no apareció... pasaros algunas semanas antes que alguien la encontrara en su cama... muerta desde hacía varios días, con su escoba desgastada en una mano, un lápiz en la otra y una lágrima, todavía húmeda, en el rostro...
En el suelo, justo al lado de sus píes se encontró un trozo de papel, escrito con letra temblorosa, que decía: "lo siento... hoy no podré ir a trabajar..."
Dicen que la plaza estaba allí, justo ahí, donde hoy existe un puesto de comida rápida... dicen que el alma del lugar simplemente se desvaneció... que de las plantas salían lágrimas de rocío a pleno mediodía... que por primera vez, en muchos años, las aves se posaron a cantar una melodía de despedida... y que brotó una rosa... que un joven arrancó para regalarla a su enamorada.
Todas las mañanas la diminuta anciana sale de su casa... camina un par de cuadras, con sus implementos, para limpiar esa pequeña plaza casi olvidada... nadie le paga, nadie le pidió hacerlo y a nadie le interesa... Pero por alguna razón esa se ha convertido en su tarea de amor, poco importan los dolores del cuerpo (y del alma), todas las noches se acuesta en su catre de soledad y silencio absoluto pidiéndole a Dios un día más... la oportunidad de volver a barrer las hojas muertas; cuidar las flores silvestres que nadie sembró, pero que ella riega con amor de madre; de limpiar el busto de un antíguo poeta, escritor o procer de la independencia ya olvidado; siempre ha querido pintar los bancos rotos, pero los dolores en los huesos no le permiten cargar con el bote de pintura, además si las sobras monetarias de algún hijo apenas alcanzan para lo poco que come, qué decir para comprar pintura... sin radio, sin televisión, sin voces que se preocupen... lo único que tiene es ese espacio... donde no corre el viento, donde no hay colores... donde se ha quedado a vivir la nostalgia...
Pero hoy algo cambió... ese ser gris, que nadie veía... simplemente no apareció... pasaros algunas semanas antes que alguien la encontrara en su cama... muerta desde hacía varios días, con su escoba desgastada en una mano, un lápiz en la otra y una lágrima, todavía húmeda, en el rostro...
En el suelo, justo al lado de sus píes se encontró un trozo de papel, escrito con letra temblorosa, que decía: "lo siento... hoy no podré ir a trabajar..."
Dicen que la plaza estaba allí, justo ahí, donde hoy existe un puesto de comida rápida... dicen que el alma del lugar simplemente se desvaneció... que de las plantas salían lágrimas de rocío a pleno mediodía... que por primera vez, en muchos años, las aves se posaron a cantar una melodía de despedida... y que brotó una rosa... que un joven arrancó para regalarla a su enamorada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario